Por Gonzalo Mantecón Sáez.
Alcolea, año de 1470…
Hamil se levantó y contempló las primeras luces del alba en dirección a la Venta de las Cañas, preparó su borrica y partió en dirección norte hacia Zafra. Llevaría un costal de trigo para intercambiarlo allí por una arroba de aceite. Se encaminó hacia el Congosto siguiendo aguas arriba el margen derecho del río Záncara. Llegando a las Presas, llegó a sus oídos el ruido del molino de Ibarra que no paraba de moler ni de día ni de noche.
El sol comenzó a salir cuando alcanzó a ver el Congosto. Atravesó las cuatro casas y los perros comenzaron a ladrar despertando a sus vecinos. Tomó rumbo entonces hacia la Torre del Monje situada en el estrecho de Monis. Era una torre de vigilancia en cuya planta baja donde arrancaba la escalera dormían murciélagos colgados del techo. Alrededor de la torre habían construido 15 casas donde vivían unos 53 moriscos. No era el camino más corto para llegar a Zafra pero allí habitaba una joven llamada Hana, que le atraía como un imán. Coronando una ladera comenzó a ver la parte superior de la torre y conforme se acercaba vio a una joven barriendo la puerta con una escoba amarga. Su corazón comenzó a palpitar, se acercó y la saludó con la mano, ella le devolvió el saludo con una sonrisa. Hamil era un adolescente tímido y se alejó en dirección a Zafra... ¡me ha sonreído, me ha sonreído!
Al comienzo de la subida a Zafra lo pararon unos vigías del moro Zafra, les dijo que iba a intercambiar trigo por aceite y procedieron a extraer del costal la décima parte como impuesto. Tuvo que ayudar a la borrica a subir las empinadas cuestas de Zafra. Una vez intercambiada la mercancía colocó las dos garrafas de aceite en las alforjas y se dispuso a volver a Alcolea, tenía que llegar antes de anochecer y distaba legua y media.
A finales del verano se juntaron varias tormentas que inundaron la vega al pie del cerro de Alcolea. Con el calor comenzaron a proliferar grandes bandas de mosquitos que junto con el hedor a cieno hacían el ambiente insoportable. El agua del aljibe que había en la cuerva de la Morra se contaminó. Algunos vecinos de Alcolea comenzaron a toser y luego tuvieron fiebres altas. Comenzaron a morir y no daban abasto a dar sepultura a los cadáveres. En la ladera del cerro Alcolea tuvieron que hacer una gran fosa donde enterrar tanto a personas como animales, cubriendo todo con cal viva. El Señor de Montalbo conocedor de los hechos decidió ofrecer casa y tierras a los que sobrevivieron en la Venta de las Cañas, situada media legua al este y más alejada del rio.
Hamil quedo huérfano y fue uno de los que sobrevivió a la epidemia. Se estableció en la Venta de las Cañas y puso una viña que cultivaba a duras penas con su borrica, amiga inseparable y de la que dependía para su sustento. Un día atravesando la plaza de la Fuente, vio a Hana. Había acudido con su padre al mercadillo de los sábados. Corrió a su casa a asearse y cambiarse de ropa. La busco entre los puestos del mercadillo y finalmente la encontró. Se acercó, la saludó y le propuso enseñarle el pueblo. Su padre accedió diciéndole que antes de media tarde regresara, se encontrarían en la puerta de la Venta junto al abrevadero.
Los coches de caballos y galeras con mercancías llegaban al atardecer a las posadas de la plaza Mayor para hacer allí noche. Los caballos y mulos bebían agua en el abrevadero frente a la Venta donde se encontraba el pozo. Luego en las cuadras comían paja y cebada para reponer energía. Los viajeros de los coches dormían en los pisos superiores en mullidas camas con colchones de lana. Los arrieros pernoctaban en catres de paja junto a las caballerizas al calor de los animales. La noche cayó y el padre de Hana esperaba impaciente junto al abrevadero el regreso de su hija. Vio una pareja de jóvenes que se acercaban quejicosos entre lamentos y con las vestiduras destrozadas. Eran ellos. Unos jóvenes cristianos les insultaron por ser musulmanes llegando a agredirles con piedras y palos. El padre decidió no dar parte al Alguacil, la Orden de Santiago con sede en Uclés patrullaba por la zona y la justicia era imparcial con los moriscos.
Hamil, les ofreció su casa para cenar y pasar la noche. A la mañana siguiente les comentó que en la posada de Lope Olmo buscaban una moza para trabajar como cocinera. En la Torre del Monje la vida era muy dura, por lo que al padre le pareció bien que su hija quedase a trabajar en la Venta de las Cañas, no sin antes decirle a Hamil que la cuidase, que era su única hija y su único ser querido ya que su mujer falleció al dar a luz a Hana.
Pronto se convirtieron en pareja y con los ingresos que obtenían, pudieron comprar una mula. Con ella Hamil podía cultivar el doble de aranzadas de viña que con la borrica. Como en la posada siempre sobraba comida a los huéspedes, Hana la llevaba a casa, por lo que vivían de forma holgada.
Una noche tocaron a su puerta, ¡paso a la Santa Inquisición!. La envidia de algún vecino los delató e hizo que la Inquisición se fijara en que convivían juntos sin estar casados. Ellos no entendían nada de lo que les decían ya que no compartían la misma fe. Hamil les ofreció una arroba de vino y les prometió acatar todo lo que les pedían, convertirse al cristianismo y recibir todos los sacramentos incluido el matrimonio por la Santa Madre Iglesia.
Un día Hamil pasaba por la puerta del Bar Taurino y un conocido lo llamó por la ventana para que entrase. Él, por su religión, no bebía alcohol ni comía cerdo. Entre risas los de la barra se burlaron de él y por no parecer menos hombre cogió un vaso de vino y lo bebió. La falta de costumbre hizo que perdiese la razón y continúo bebiendo, hasta que llegó un momento que todo le daba vueltas. Entonces aprovecharon los burlones para darle de comer morro y tocino de cerdo. Acabó tumbado junto al rodillo de la era de las escuelas al raso, por vergüenza que así lo viese Hana. Al día siguiente se sintió mal no sólo por la resaca, sino porque había traicionado los preceptos se su fe, que su familia le había inculcado. Cuando llegó al amanecer a su casa Hana no estaba, le pareció normal porque siempre acudía temprano a dar de desayunar a los huéspedes de la posada. Entrando al dormitorio le llamó la atención un papel que había sobre la cama. Temiéndose lo peor lo cogió y vio dibujado un bebé en una cuna. En su mente confundida por la noche pasada entendió que Hana estaba embarazada y así lo había representado por no saber escribir. En el jardín de la fuente cogió un puñado de rosas y llegando hasta la posada buscó a Hana, la besó y se fundió con ella en un largo abrazo…
Transcurrido el embarazo nació un precioso varón, al que respetando las normas de la Inquisición no le pudieron poner sus apellidos y llamaron Jesús Alcolea de la Torre, contribuyendo así a la repoblación de la puebla que más adelante alcanzaría la categoría de villa y pasaría a llamarse Villar de Cañas.
FIN.
Ermita de Nuestra Señora de la Cabeza. Villar de Cañas. Fotografía de José Andrés.
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