Volver, de Raquel González Gómez.
Ansiaba volver a su tierra.
Le habían hecho creer - y él se había dejado convencer- que el mundo
moderno era un dechado de beneficios, virtudes y avances tecnológicos. “Los
triunfadores moran en las metrópolis”. “Todo, absolutamente todo, está aquí: lo que
necesites, lo que se te antoje, lo que aún no existe… Todo”
Hizo suyo ese discurso y lo defendió a capa y espada. Saboreó los
privilegios como un urbanita más. Consintió que las luces de neón le deslumbraran.
Permitió que la contaminación colonizara sus pulmones. Mecanizó sus gestos,
ignorando a la multitud de seres con los que coexistía. Sin embargo, en algunos
momentos, anhelaba cruzar su mirada con unos ojos amigos, alguien que le
ofreciera un atisbo de humanidad en la maraña de asfalto.
Tres años después de darle la oportunidad a la gran ciudad, de prosperar y
disfrutar de sus ventajas, de salir invicto de innumerables trances, llegó el momento
de hacer balance.
Se plantó frente al espejo y este le devolvió un rostro desconocido. Un rictus
adusto. Ese no era él.
Analizó sus heridas, las superficiales y las profundas. Supo identificar cada
rasguño, cada corte, cada llaga. Descubrió que las marcas que la modernidad
había dejado en su alma eran indelebles y lamentó no haberse dado cuenta antes y
así buscar un paliativo, un remedio para atenuar el dolor que le carcomía por dentro.
No podía soportarlo ni un segundo más. Necesitaba volver a vivir, a sentir, a
pisar su suelo. Allí era él mismo. Allí, el brillo de las estrellas le deslumbraría. Allí
el aire puro colonizaría sus pulmones. Allí conviviría con personas, con nombres y
apellidos, con un pasado glorioso y un futuro prometedor. Se cruzaría
constantemente con miradas llenas de humanidad.
Todo, absolutamente todo, lo encontraría en su pueblo: lo que necesitase, lo
que se le antojara, lo que aún no existía… Todo.
Ansiaba volver a su tierra. Ya tenía las maletas hechas.
Escata
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