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Relatos seleccionados no ganadores - Introspección.

Introspección, de Cristina Sánchez de Lara.


INTROSPECCIÓN

Me asombra evocar la simplicidad de nuestro inicio. Un origen ciertamente monótono, arisco. Si me esfuerzo puedo recordar el momento en que todo comenzó a turbarse levemente. La convivencia fue complicada; habitual entre hermanos, amigos, queridos. Conocerme no fue fácil, lo reconozco. Mas siquiera un paso entre aflojar y abusar. Era joven todavía; hablaba en sinsentidos, me medía en desequilibrio. Ella, a veces, me encerraba; y no me extraña. Pasaba horas aprisionada jugando con la oscuridad, fantaseando con las figuras humanas que formaban las escasas luces que crepitaban por las rendijas. Me obligaba a leer a ciegas, a escribir sin letras. Era el castigo impuesto a mi insensatez. Era mi defensa.

A medida que crecía, se endurecía. No solo le bastaba con llenar mi infancia tardía de habitaciones lóbregas de astilla chirriante, ni reprimir el espanto a las formas incandescentes inconexas. Algunas noches me uncía a las vigas inseguras y leñosas de las entrañas del hogar, y me sujetaba por sólidas ligaduras férreas al horror del arrepentimiento. Noches en las que la penumbra parecía arrastrarme, envolverme y endosarse; escurriéndose entre mis huesos como una víbora nociva. La tiniebla injusta que me merecía. Y los días que venían, dejaba un poco de ser yo; y un poco más de lo que ella quería.

Ahora controla mis gestos, mis muecas, mis palabras. Me maneja, tensa los hilos, lleva las riendas. Me susurra lo que he de decir, por dónde he de ir, lo que debo pensar y lo que debo sentir; con quién, y por qué con nadie. La llevo como un escudo, como un refugio. Protección oscura, segura. De ajena intención me aleje, si es que hay algo que me aporte. Me convence y me dice: aquí, en tu espacio a salvo. En mi cubículo inmenso, en mi celda infinita. Y las noches ya no son tan frías, tan negras, tan sombrías. Me abrazo a las vigas, me atraviesa la astilla, leo a gusto sin tinta. La busco y quiero de su encierro. Quiero que me aísle, que me hable, que me ame y que me mate.

Ha aumentado y me he descubierto pequeña a su lado. Es el espectro que me guarda; que me pisa los pasos, que me muerde los labios. La amante desenfrenada, pasión atropellada. Un fantasma que castiga, grita, insiste: no caigas, no muestres, no enseñes. Me evade de críticas villanas, de lenguas ácidas; de amor cítrico. Escapo de ideas enfermas, virulentas; de pensamiento recio y dependencia extrema. Le ruego reclusión, prisión, introspección. Rechazo ataduras, nudos, frenos, vínculos, lazos. Estoy sola, y sola conmigo ya es mucho.

Me vuelve volátil, etérea. Me canta: ahora que puedes, vuela. Mi perdición y mi condena; encarna la sombra que me libera. Yo quiero querer libre, y el libre querer no quiere nada, y tal vez a nadie. Quién me dañará si ya estoy fuera, quién me extrañará si ya he huido. Me ha empujado y he caído.

Mi peor compañía. La mía.


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