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Relatos seleccionados no ganadores - Campanadas.

Campanadas, de Guillermo Méndez.


Hace dos semanas que falleció mi abuelo. Había sido médico militar y con él había tenido una fantástica relación en mi infancia.

Cuando se retiró del servicio activo se aposentó con su mujer en un pueblo cercano a Cuenca donde pasaron los últimos días de sus vidas. Durante varios años pasaba mis vacaciones escolares con ellos. Muchos recuerdos tengo de esas largas, casi siempre calurosas, jornadas del verano.

La casa en las afueras del pueblo era bastante amplia, con un patio interior al que se accedía desde la calle, y que era el dominio de mi abuela, con decenas de tiestos donde cultivaba geranios y claveles de todos los colores y que le servían para su adornos en primavera. Allí era donde, al caer la tarde nos sentábamos y mi abuelo contaba las anécdotas y sucesos de su vida profesional, mientras ella tejía de manera mecánica , casi sin mirar la labor, infinitos paños de algodón, con un ganchillo que mueve con una velocidad asombrosa, dándoles variadas formas, y que luego servirían para adornar centros de mesa o para proteger respaldos y reposabrazos de los sillones de salón.

Había pasado por muchos destinos y a mi me fascinaban sus aventuras en Marruecos. Sus historias me hacían vivir en primera persona las marchas y maniobras por el desierto. Sentía el calor del sol, el minúsculo picor de la arena movida por el viento en mis mejillas, las dunas desplazándose y la paz y tranquilidad de las noches con el cielo cubierto de incontables estrellas que decía reconocer y me señalaba enunciando sus nombres.

Creo que de aquellos tiempos le había quedado el gusto por el té, que tomaba con el mismo ritual que había visto repetir innumerables veces: la tetera con el agua hirviendo y el vasito rellenado una y otra vez desde lo más alto que alcanzaba el brazo.

He vuelto, después de muchos años. Estoy recogiendo las cosas de su despacho donde pasaba horas leyendo, escribiendo cartas y consultando libros y revistas antiguas. Encontré, en una caja de cartón, una gruesa carpeta con el titulo “ Santa Cinta” con muchas fotografías, descoloridas. Todas ellas recogían a mujeres con vestimentas árabes, con su velo, y con un bebe en brazos. En el reverso de todas ellas había escrito detalles sobre el parto y el nombre, la fecha de nacimiento, el peso del bebe. Todas ellas imitaban la postura de la Virgen de la Cabeza, la de la ermita que tantas veces había visitado con mi abuelo , la criatura sujeta con el brazo izquierdo y la cabeza sobre el pecho, cerca del corazón.

De alguna manera pienso que quería vincular esos nacimientos con la leyenda sobre el tañido de las campañas de la ermita, que sonaron por si solas al paso de la reliquia camino de la capital para la protección del embarazo de la reina.

Me he acercado a la ermita. Estamos esperando, después de un par de intentos fallidos, la llegada de nuestro ansiado hijo. No se si ha sido el viento pero he oído el tañido de la campana. Está protegido. Llegará.




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