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Relatos seleccionados no ganadores - 15:00. Cambio de turno.

15:00. Cambio de turno, de Miguel Nombela.


14:58 pm. La Yamaha se mantuvo a la altura del conductor durante un par de segundos, después aceleró bruscamente y se colocó delante. Un instante más tarde el intermitente derecho advertía al conductor que redujera la velocidad y aparcara en la cuneta. La segunda moto se detuvo detrás del coche, a escasos metros. El guardia desmontó y se acercó al vehículo. El conductor esperaba con la ventanilla bajada. -Buenos días ¿Sabe usted que circula sin el cinturón de seguridad obligatorio? -No.-No lo sabe… ¿Me permite la documentación del vehículo? No se baje.- El conductor manipuló la guantera, extrajo una pequeña carpeta y se la entregó al agente. -¿Quiere que lo busque yo?- El agente le devolvió la carpeta. -Carnet de conducir y permiso de circulación, por favor. Ya.- El hombre puso la carpeta en su regazo y la abrió, depositando lentamente su contenido en el asiento del copiloto, sin apartar la mirada perdida en algún punto más allá del parabrisas. -Caballero, ¿se encuentra bien?- No hubo respuesta. -Señor, ¿se encuentra bien?-repitió.- ¿Ha estado bebiendo? ¿Ha tomado algo?- Se irguió, elevando la voz.- Parece que se encuentra bajo los efectos...- Por primera vez, el hombre se giró hacia el agente, y sus ojos ascendieron con desgana por el uniforme hasta enfrentar su mirada. -Me encuentro bajo los efectos del dolor.- Entonces el motorista dio un breve respingo, indicó al conductor que aguardara y se dirigió hacia donde esperaba su compañero. -Ángel, no te lo vas a crees. Es él. Es el padre de la niña. -¿Qué?- Ángel apartó de un manotazo a su compañero y se abalanzó hacia la puerta del Audi. Actuó como un resorte, olvidando el procedimiento, relegando súbitamente la cordura a un lugar remoto. -Las manos. -¿Cómo dice? -¡Las manos!- El tono del policía pareció sacar de su letargo al conductor, que lo observaba con extrañeza. -¡Que me enseñes las putas manos! ¡Ahora!- El conductor obedeció. Levantó los brazos despacio, con precaución, tratando a la vez de escudriñar la mirada escondida tras las enormes gafas de sol. Notó cierta inquietud previa a la alarma cuando el guardia comenzó a retroceder unos pasos mientras su guante derecho se deslizaba hacia la funda de la pistola. Pero eso fue todo. No hubo tiempo para reacción alguna: el agente extrajo la Star reglamentaria con un suave movimiento, apoyó la culata en la palma de la mano izquierda, apuntó a pesar de la escasa distancia, y disparó. Núñez se quedó petrificado. Tardó varios segundos en escuchar la radio.

14:51 pm. Bajo el casco su cabeza bullía, obstinada en recordar el momento en que ella fue a denunciar los malos tratos y él se enamoró al instante, decidiendo casi de inmediato que su misión en la vida era protegerla. Ella solo tenía diecisiete años, y él treinta y tres, pero de nada sirvieron las enérgicas protestas de su sentido común: antes de terminar la redacción del informe se encontraba atrapado sin remedio. Tras la denuncia contactó con ella cada día para cerciorarse de que estaba bien, para asegurarse de que no se había producido una nueva agresión. La llamada de comprobación diaria pronto dio paso a pequeñas conversaciones intrascendentes que se fueron alargando, y la intimidad fue ganando terreno. Ella mencionó una tarde el asunto del divorcio, la situación ruinosa en la que se encontraba su madre, el deterioro moral de su progenitor, y todo lo que el empresario más próspero y ambicioso de la comarca había hecho. Ángel comenzó a investigarlo por su cuenta tan pronto como el juez decidió soltarlo, por falta de antecedentes pensaba, aunque la verdadera razón era que la niña no había presentado marcas ni signo alguno de violencia, y no hubo forma de probar unos hechos cuya inconsistencia narrativa Ángel se negaba a aceptar. El policía también indagó en la vida de Valentín, el ex novio, cuando ella le contó que la relación estaba rota, a pesar de que insistió en que jamás le había puesto un dedo encima. A veces las víctimas protegen a sus verdugos. Lo había visto decenas de veces. Resultó sin embargo que el chico era un cerebrito: notas extraordinarias y cociente intelectual capaz de abrir cualquier puerta que se le antojara en el futuro. Simpático y muy popular. Además parecía que el chaval también tenía su orgullo, y puso tierra de por medio cuando ella le dejó. Corroborado por los compañeros de Oviedo.

Por eso no se explica lo que ocurrió después. Con los principales sospechosos bien vigilados... Nunca encontraron su cuerpo. Ni rastro durante semanas, hasta dieron con la pista. Entonces supo que no descansaría hasta atrapar al responsable, aunque tuviera que ir casa por casa arrancando la piel a quien no quisiera colaborar. No hubo ocasión, sin embargo: de alguna manera el teniente fue informado de su implicación emocional en el caso, y lo apartó de Seguridad Ciudadana enviándole a Tráfico una temporada. A veces el Cuerpo tenía eso: parecía una portería.

14:36 pm. El sargento Ramírez había sido trasladado desde Bilbao. Era un joven brillante, y todos daban por hecho su ascenso a suboficial. Comprobaba el vídeo una y otra vez. Algo no encajaba. Cuando el encargado del centro comercial les facilitó la cinta, enseguida observaron la marca en la cara interna de la muñeca derecha del encapuchado: una S atravesada longitudinalmente por dos barras paralelas. El signo del dólar. Enseguida se puso en conocimiento del operativo. El vídeo era más o menos largo, dadas las circunstancias: veintidós segundos. Las imágenes mostraban a Alicia saliendo por la puerta principal, e inmediatamente después al encapuchado abalanzándose sobre ella, con un arma en la mano. A continuación la rodeaba por el cuello con el brazo izquierdo, mientras con el derecho apuntaba alternativamente a la sien de Alicia y a los pocos testigos que se cubrían la cara y se pegaban a la pared del edificio. El hombre levantaba continuamente el arma para amedrentar a los asistentes. Demasiadas veces. Finalmente arrastraba a Alicia a un coche cercano, fuera de plano.

Ramírez volvió a revisar la escena una vez más, aumentando la imagen del brazo cada vez que la cámara mostraba el tatuaje. En total nueve veces. La última, en el segundo diecinueve de la película. Congeló entonces la imagen y se acercó a la pantalla. Se acercó más. Entonces lo vio. Apenas se apreciaba debido al ángulo y a la escasa calidad del aumento, pero allí estaba. La tinta estaba ligeramente corrida al final de la S, en la parte inferior. Rápidamente descolgó el teléfono.

-Teniente, tengo novedades. Hay que avisar a todos.


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