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Primer premio Categoría Especial: Aura de amistad.

Por Miguel Pereda Romero.


“La arqueología es la ciencia que se encarga del estudio de las sociedades de la antigüedad a partir de los restos materiales que dejaron, constituidos principalmente por objetos, artefactos, monumentos u obras artísticas”.



Cuando viajas y disfrutas de una buena compañía y de los paisajes que desvela la naturaleza según vas pasando con el coche, sientes que respiras libertad. Y esa libertad se incrementa si la persona con la que viajas conoce el terreno y ha vivido durante toda su infancia en las tierras que poco a poco, te va describiendo con sus palabras…

Una mañana cualquiera de marzo, mi compañero y yo nos dirigíamos a realizar una investigación de campo en la comarca de la “Manchuela”, en Cuenca, ante la posibilidad de hallar unas monedas donde se creía había existido un pequeño poblado morisco en lo que se denominaba “El Cerro de la Morra”, el cual, durante la Edad Media, todos sus habitantes dejaron de habitar y se dice que desaparecieron por alguna enfermedad. Muchos de nuestros compañeros afirman que existió una civilización que realizaba ritos religiosos; en foros de internet puedes leer que incluso algunos paranoicos afirman que los habitantes de aquel cerro eran alienígenas. Sea como sea, mi compañero se crió en el pueblo más cercano a este Cerro, del que se dice que está fundado por los supervivientes de la aldea morisca, el poblado de “Villar de Cañas”.

La arqueología nos ha demostrado que ante la desaparición de un pueblo, aldea o civilización hay un hecho que demuestra que los habitantes han sufrido una pandemia, una migración, una invasión o cualquier hecho demostrable.

Pasada la hora de trayecto, y saliendo de la carretera de Valencia, tomamos el desvío del kilómetro 116 y nos dirigimos rumbo a Villar de Cañas, donde mi compañero tenía una casa que pertenecía a sus padres, ya fallecidos, en la que pensábamos pasar el fin de semana, puesto que el pueblo no estaba a más de un kilómetro y medio del “Cerro de la Morra”.

- Mira, esta urbanización se llama “Casalonga”. Es bonita a su manera ya que hay un montón de casas desperdigadas que parece que estén mirando a estos lagos que ahora vas a ver aquí. Nunca te bañes en ellos, se ha ahogado mucha gente, dicen que hay remolinos que arrastran a las personas hacia el fondo… En esta época del año el campo está precioso, fíjate en todos los girasoles que hay ¡qué esbeltos y dorados están! mira el verdor del campo que se respira y la suave temperatura.

-¿Por qué dejaste de venir? – pregunté - ¿Te sucedió algo?

- Simplemente dejé de hacerlo, al fallecer mis padres fui a Madrid estudiar, encontré trabajo y me quedé allí, no he vuelto desde que tenía 16 años, no me preguntes por qué, simplemente no lo he hecho.

-Creo que hiciste mal, esto es precioso. – dije, contemplando el paisaje.

- Mira, ya casi estamos llegando, ¿ves esa casa en ruinas?, se llama “La Casa del Cura” y ante ti ahora mismo tienes el “Cerro de la Morra”, ahí es donde quieren que vayamos a realizar las investigaciones. Pero primero iremos a mi casa, dejaremos las cosas y comeremos algo.

Durante toda la tarde estuvimos visitando el cerro y tomando muestras de todo lo que veíamos, desde lo más alto podías ver kilómetros de campo por todas partes, y divisabas un pueblo a distancia que parecía más pequeño aún de lo que realmente era. Del antiguo asentamiento morisco no quedaba prácticamente nada, se podían ver algunos cimientos de un par de casas y en una parte de la ladera, unas cuantas cuevas ya cerradas.

- Se decía que debajo sigue habiendo un tesoro. Tomaré unas cuantas fotografías de las cuevas y nos iremos a casa.

Llegamos ya entrada la noche a la casa y decidimos que a la mañana siguiente nos iríamos, pero como era viernes y se veían unas luces en la entrada del pueblo, convencí a mi compañero para ir a tomar algo. Apenas pasaron unos minutos, varios de los miembros de una mesa se acercaron a preguntar a mi amigo si realmente era él, a lo que afirmó y empezaron las conversaciones de: “hace cuánto que no te veía” “qué bien te veo” “¿a qué te dedicas?” “¿cómo te va todo?… Al quinto gin tonic me empecé a aburrir un poco, pero como veía que mi amigo se lo estaba pasando bien y hablaba con viejas amistades muy acaloradamente decidí irme a su casa a dormir. Sí que me fijé en una persona en todo el bar que no se había levantado a saludarle, una persona bastante grande, apoyada en la barra y cada vez que dirigía una mirada hacia nosotros miraba con mala cara, también me fijé en que mi amigo evitaba mirar hacia esa dirección. Pude comprobar que ambos tenían la misma edad y se parecían mucho. Ya conduciría yo al día siguiente, pensé al ver cómo mi compañero pedía otra ronda. En mitad de la noche me despertó mi amigo completamente borracho y me dijo:

- Escúchame biennnn, mañannnna ven a recogerme al “Cerro de la Morra”, donde las cuevas. Me he apostado nuestra camioneta a que paso allí la noche, así que debo hacerlo o no podremos regresar a Madrid. – Me dijo, mucho más sereno. Me volví a dormir, pero antes pude ver por la ventana cómo se iba en una furgoneta gris y conducía el hombre con el que no se había mirado en toda la noche…

De mi amigo nunca más supe, aquella mañana recogí las cosas, monté en la camioneta en dirección al cerro pero allí no estaba. Tampoco sabían de él en el pueblo, ni siquiera conocían a un tipo grande que había estado en la barra la noche anterior, de rasgos y edad muy parecidos a mi compañero.

Nunca se halló su cuerpo, tampoco se vio a la persona que describí con la que se fue mi amigo en la furgoneta, se me interrogó, incluso se me detuvo, pero me soltaron pronto, no se encontró, como digo, el cuerpo. Además yo le quería.

Con el paso del tiempo me he dado cuenta de que los ahogados en los lagos de los que hablaba mi amigo, el tesoro que se esconde debajo del Cerro, que la desaparición de todo aquel asentamiento en el S.XIV, de la desaparición de mi amigo, el hecho de que nadie reconozca la persona que describí… todo esto me lleva a pensar que en estas bellas y salvajes tierras suceden cosas extrañas y, he de admitirlo, empiezo a creer en ellas.

Le


echo tanto de menos, siempre nos hemos querido, no se si les he dicho que tenemos la misma edad y que físicamente siempre nos hemos parecido mucho…


Miguel Pereda Romero, “un veraneante habitual de Villar de Cañas”

Detalle paraje de Villar de Cañas. La Pesquera. Fotografía de José Andrés.











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